jueves, 15 de diciembre de 2011

Conversando con Lux Ferre


            –Buenas noches– me dijo el hombre de la toga de un blanco nejo.
–Buenas noches– contesté extrañado. Un leve temor me invadió. ¿Qué estaba haciendo un hombre vestido de esta manera en la puerta de mi casa?– ¿Qué se le ofrece?.
–Lo mismo te pregunto a ti; tú me invocaste – contestó seguro, con una mueca semejante a una sonrisa.
–¿De qué habla? ¿Quién es usted? – pregunté en tono de fastidio, tratando de ocultar mi nerviosismo.
–Has hablado tanto de mí, que pensé que me reconocerías al instante.
“Sin duda esta persona está loca”, pensé. Trate de regresar al interior de mi casa.
–Si entras a la casa, perderás la oportunidad de obtener las respuestas que siempre has deseado conocer.
Me quedé quieto en el umbral de la puerta, sopesé los pros y los contras de dejar entrar a mi casa a un completo desconocido a mi casa. La parte razonable de mi cerebro me gritaba que entrara a la casa, me encerrara y hablara a la policía. Otra parte de mi cerebro, la más curiosa e imprudente, me susurraba que escuchara a aquel hombre. La locura ganó. “La curiosidad mató al gato; y la satisfacción lo resucitó”, pensé. Hice un gesto con mi mano invitándolo a pasar.
–Sabía que me permitirías pasar, siempre has sido muy curioso. “La curiosidad mató al gato; y la satisfacción lo resucitó”, si mal no recuerdo, escribió King en Pet Sematary. Si tampoco mal recuerdo, King es de tus escritores favoritos.
Sus palabras me dejaron sorprendido. ¿Cómo supo lo que estaba pensando? ¿Cómo supo que Stephen King es de mis escritores favoritos? ¿Quién era esa persona? ¿Era una persona? Cada vez estaba más intrigado.
Se sentó en el sofá que estaba junto a la ventana, y con un gesto de la mano me indicó que hiciera lo mismo. Me senté en el sofá que estaba justo enfrente de él, separado por metro y medio. Su toga estaba sucia y roída en varias partes. La suciedad de la toga se incrementaba conforme se acercaba a los pies, por lo dañando de la parte inferior deduje que arrastraba la toga por el suelo. Sus pies iban calzados con unas sandalias también bastante sucias y viejas.
–Qué no te engañe mi vestimenta, no soy un simple pordiosero, indigente, loco o lo que sea que estés pensando– dijo con la misma mueca. Y por alguna extraña razón, esa sonrisa me transmitía tranquilidad, era similar a la sonrisa de mi abuelo cuando me enseñó a jugar dómino, la sonrisa que ponía cuando le preguntaba por qué las piezas del ajedrez se movían de una forma y no de otra. En fin, era la sonrisa de mi abuelo explicándome con el gusto de enseñarme y con la gracia que le producía mi ignorancia, mi inocencia. Me sonroje y me sentí mal por mis incipientes prejuicios hacia él–. Pero tampoco te martirices– terminó.
–Discúlpeme, pero… –me detuvo con un ademán.
–¿Ya sabes quién soy?– la misma sonrisa en su rostro.
–Supongo que Dios o el Diablo– contesté.
–Ni lo uno ni lo otro; soy más antiguo que Dios (o al menos al Dios que te refieres) y no soy malo como el Diablo. Mi nombre es Lux Ferre.
–¡¿El Dios romano del conocimiento?¡– pregunté con asombro. Él asintió con un movimiento de cabeza–. Pero, los dioses griegos y romanos no son más que mitos, invenciones del hombre para poder explicar lo que no podía explicar.
–No somos un mito, la prueba es que estoy frente a ti.
–Y si no son un mito ¿Por qué hasta ahora uno de ustedes hace su aparición?
–La respuesta es bastante tonta en realidad. Estuvimos estos miles de años en una de las fiestas hechas en honor a Júpiter. Baco fue el encargado de llevar a cabo la fiesta. Nos proveyó de innumerables barricas de vino, y la comida tampoco faltó. Las festividades se extendieron por milenios, el mundo de los humanos dejo de importarnos.
Yo atónito, y un tanto incrédulo, ante lo que oía sólo se me ocurrió preguntar:
–¿Qué fue lo que los sacó de su bacanal?
–La festividad terminó por una desavenencia entre Júpiter y Juno. Júpiter, como sabes, ha tenido a lo largo de su existencia incontables amantes, dando como resultado incontables hijos; uno de ellos: Heracles, odiado por Juno, estaba jactándose de su fuerza, lo que irritó a Juno. Juventas, hija de Juno, cayó seducida por Heracles, lo cual no fue bien visto por Juno. Esto fue lo que puso fin a la fiesta. Juno ordenó a sus seguidores matar a Heracles, pero Júpiter evitó esto. Los gritos de rabia de Juno eran insoportables y el resto de los dioses, semidioses y héroes decidimos dejar el Monte Olimpo y volver a nuestros templos donde nuestros súbditos estarían esperando.  Nos llevamos una desagradable sorpresa: habíamos sido olvidados. Había pasado tanto tiempo, que nuestros templos habían desaparecido. Habíamos sido remplazados por nuevos dioses. Muchos de ellos inexistentes.
<<Quise saber la suerte que corrí en la memoria de los hombres. Lo descubrí me indignó. Se me había tergiversado en un ser maligno. En el causante de los males del hombre. Incluso mi nombre corrió la misma suerte, ahora soy Lucifer. Y todo por un error de traducción>>.
<<Indignado recorrí el mundo en busca de súbditos, y cuál sería mi sorpresa al descubrir que el mundo está lleno de hombres, y también mujeres, que sin saberlo me siguen, me honran. Hombres y mujeres en busca de conocimiento, hombres y mujeres ávidos de resolver y comprender los misterios del mundo. Mi corazón se hinchó de alegría. Sólo la indignidad de ser confundido con un ser tramposo y malicioso me agobiaba>>.
<<Regresé al Monte Olimpo a buscar ayuda y consejo de Júpiter. El resto de los dioses estaban ya ahí. Todos estaban indignados por el olvido de los hombres. Después de mucho discutir, Júpiter decidió que tomáramos de nuevo las riendas del mundo en nuestras manos, derrocaríamos a todo dios que haya usurpado nuestro lugar. Fulminaríamos a todo aquél que no nos obedeciera y nos exaltara. Debíamos buscar nuevos súbditos, nuevos oráculos, para estos nuevos tiempos>>.
<<He estado recorriendo el mundo en busca de súbditos; convertido en vapor de agua he recorrido los lugares donde se enseña ciencia, en todos los lugares donde se comparten conocimientos. Uno de esos días pase cerca de un grupo donde se debatían ideas, me interese en varios, entre ellos tú. Vengo a ofrecerte ser mi súbdito y ser parte del nuevo mundo que crearemos. Sólo tienes una oportunidad para decidir –se puso de pie y me extendió la mano para que la tomará–>>.
Tomé su mano, me acuclillé:
–Llena mi mente de conocimiento e iluminación –acepté.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Biblioteca Cuchitrilesca


El traje del muertoJoe Hill
Fantasmas Joe Hill
Cuernos Joe Hill
Ojos de perro azul García Márquez
Relato de un náufrago García Márquez
La hora del ángel Anne Rice
Duma Key Stephen King
Los funerales de la Mamá Grande García Márquez
El otoño del patriarca García Márquez
El amor en los tiempos del cólera García Márquez
El general en su laberinto García Márquez
Doce cuentos peregrinos García Márquez
Cell Stephen King
La Torre Oscura I Stephen King
La Torre Oscura II Stephen King
La Torre Oscura III Stephen King
La Torre Oscura IV Stephen King
La Torre Oscura VI Stephen King
El maestro y las magas Jodorowsky
El catalejo lacado P. Pullman
Poesía Alí Chumacero
La cúpula Stephen King
La historia de Lisey Stephen King
De paso Paco Ignacio Taibo
La hojarasca García Márquez
Después del anochecer Stephen King
Lágrimas de dragón Dean Koontz
Una voz en la noche Dean Koontz
Armonía Rota Barbara Wood
El misterio de Salem's Lot Stephen King
El hotel New Hampshire John Irving
Dinamita Lisa Marklund
Crónica de una muerte anunciada García Márquez
El periquillo sarniento Fernández de Lizardi
La Ilíada (3) Homero
Los bandidos de Río Frío Payno
La Odisea (2) Homero
Historia verdadera de la conquista de la Nueva España Díaz del Castillo
El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha Cervantes Saavedra
Cartas de relación Cortés
Ocho siglos de poesía en lengua española Ocho siglos de poesía en lengua española
Novelas ejemplares Cervantes Saavedra
Cuatro comedias Ruiz de Alarcón
Las siete tragedias Esquilo
Fuente ovejuna Lope de Vega y Carpio
Diálogos Platón
Las siete tragedias Sofocles
La Divina Comedia Alighieri
Fábulas Fábulas
Rimas, leyendas y narraciones Becquer
Mil y un sonetos mexicanos Mil y un sonetos mexicanos
Cuentos y cuaresmas del Duque Job Gutiérrez Nájera
Comentarios de la guerra de las Galias y Guerra Civil César
Fausto (2) Goethe
Panorama literario de los pueblos nahuas Garibay
Joyas de la amistad engarzadas en una antología Joyas de la amistad engarzadas en una antología
Las diecinueve tragedias Euripides
México en 1554 Cervantes de Salazar
Vidas paralelas Plutarco
Voces de Oriente Voces de Oriente
El Conde Lucanor Don Juan Manuel
Historia antigua de México Clavijero
Imitación de Cristo Kempis
Mitología griega Garibay
El vergonzoso en palacio Molina
La luna nueva Tagore
Lazarillo de Tormes Lazarillo de Tormes
Milagros de nuestra señora Berceo
Popol Vuh Popol Vuh
Teogonía e historia de los mexicanos Teogonía e historia de los mexicanos
Historia de la literatura hispanoamericana I Lazo
Ensayo político sobre el reino de la Nueva España Humboldt
Florecillas San Francisco de Asís
La vida es un sueño Calderón de la Barca
Azul… Darío
Poesía tradicional de los judíos españoles Alvar
Historia de la literatura mexicana González Peña
Historia de las divisiones territoriales en México O'Gorman
María Isaacs
Revistas históricas sobre la intervención francesa de México Iglesias
Libro de los Salmos Libro de los Salmos
Facundo Sarmiento
Las moradas Santa Teresa de Jesús
Sabiduría de Israel Sabiduría de Israel
Diálogo de la lengua Valdes
El criterio Balmes
Proverbios de Salomón y Sabiduría de Jesús de Ben Sirak Proverbios de Salomón y Sabiduría de Jesús de Ben Sirak
Morelos: siervo de la nación Vargas Martínez
Pepita Jiménez y Juanita la larga Valera
Los indios de México y Nueva España Casas
Don Juan Tenorio Zorrilla
La ciudad de Dios San Agustín
Boy Coloma
El Zarco Altamirano
Clemencia Altamirano
Astucia Inclan
Peñas arriba Pereda
Historia de la literatura hispanoamericana II Lazo
Platero y yo Jiménez
Las Once Comedias Aristofanes
Lectura para mujeres Mistral
Miau Pérez Galdos
Etica Nicomaquea Aristoteles
La Quijotita y su prima Fernández de Lizardi
La cabaña del tío Tom Stowe
Los tres mosqueteros Dumas
La vida en México Calderón de la Barca
Veinte años después Dumas
Libro de buen amor Arcipreste de Hita
Los miserables Hugo
Filosofía mexicana Ibargüengoitia
Cuentos de la Alhambra Irving
El fistol del diablo Payno
Sitio de Queretáro Sitio de Queretáro
México desde 1808 hasta 1867 Arrangoiz
Cuentos Andersen
El príncipe idiota Dostoievski
Poema de Mio Cid Poema de Mio Cid
Hamlet Shakespeare
Ariel Rodo
La Celestina Rojas
Historia de la conquista de México Sólis y Rivadeneira
Escritos literarios Zarco
Pequeñeces Coloma
Tomóchic Frías
Artículos Larra
Otelo Shakespeare
Textos escogidos Varona
Macbeth Shakespeare
Cuentos Quiroga
Entremeses Cervantes Saavedra
La Araucana Ercilla
Obras completas Cruz
Cuentos del general Riva Palacio
Poesía Mexicana Poesía Mexicana
Lectura en voz alta Arreola
La gaviota Caballero
La cartuja de Parma Stendhal
Doña Perfecta Pérez Galdos
Eugenia Grandet Balzac
Viaje al centro de la tierra Verne
Pensativa Goytortua
La isla misteriosa Verne
David Copperfield Dickens
Las almas muertas Gogol
El retrato de Dorian Gray Wilde
Aventuras de Robison Crusoe Defoe
La Perfecta Casada León
Eneida Virgilio
Tabaré Zorrilla de San Martín
Fabiola o la Iglesia de las catacumbas Wiseman
La vuelta al mundo en 80 días Verne
Ben-Hur Wallace
Plenitud Nervo
El sí de las niñas Fernández de Moratin
La amada inmóvil Nervo
Cinco semanas en globo Verne
Un capitán de quince años Verne
Enciclopedia de las ciencias filosóficas Hegel
Dos años de vacaciones Verne
Viajes de Gulliver Swift
Crítica de la razón pura Kant
Las aventuras de Tom Sawyer Twain
Narraciones extraordinarias Poe
Francisco I. Madero Taracena
Vida de Marcos Obregón Espinel
Corona de sombra Usigli
La importancia de llamarse Ernesto Wilde
Los hijos del capitán Grant Verne
El hombre mediocre Ingenieros
Cantar de los Nibelungos Cantar de los Nibelungos
Canción de navidad Dickens
Las metamorfosis Ovidio
El príncipe y el mendigo Twain
Aventuras de Sherlock Holmes I Doyle
Aventuras de Sherlock Holmes II Doyle
Más cuentos Quiroga
El castillo de los Cárpatos Verne
La guerra de los judíos Josefo
Cómo se hace una novela Unamuno
Historia de los grandes viajes y los grandes viajeros Verne
El monasterio Scott
Cuentos escogidos Chejov
Héctor Servadac Verne
La metamorfosis Kafka
El castillo Kafka
Leyendas históricas mexicanas y otros relatos Frías
La jangada Verne
Escuela de Robinsones Verne
Norte contra sur Verne
Aventuras del capitán Hatteras Verne
El país de las pieles Verne
Kerabán el testarudo Verne
Matías Sandorf Verne
El archipiélago de fuego Verne
Un drama en México Verne
César Cascabel Verne
Ensayos completos Montaigne
Los cazadores de microbios Kruif
El séptimo secreto Irving Wallace
Bajo el sol de Kenia Barbara Wood
Relámpagos Dean Koontz
Susurros Dean Koontz
El trueno más allá del Popocatépetl Lowry
Estos son los días Alberto Chimal
Galaor Hugo Hiriart
El sobrino del mago C.S. Lewis
El león, la bruja y el armario C.S. Lewis
Químicos y química José Luis de los Ríos
Relatos de la revolución mexicana Rafael F. Muñoz
Varia Invención Arreola
La ley de Herodes Ibargüengoitia
La muerte de Artemio Cruz Carlos Fuentes
Los recuerdos del porvenir Elena Garro
Las palabras y las cosas Michel Foucalt
Eva Luna Isabel Allende
El mesías Anne Rice
Cien años de soledad García Márquez
La casa de los espíritus Isabel Allende
El padrino Mario Puzo
Nexus Henry Miller
La niebla Stephen King
El Hombre Irving Wallace
Verano de corrupción Stephen King
El caballero de los domingos Irving Wallace
La palabra Irving Wallace
Armand el vampiro Anne Rice
El Santuario Anne Rice
Cántico de sangre Anne Rice
Pandora Anne Rice
Vittorio el vampiro Anne Rice
La voz del diablo Anne Rice
El complot Irving Wallace
Fan club Irving Wallace
La vida conyugal Sergio Pitol
La noche Juan García Ponce
Aura Carlos Fuentes
La isla de las tres sirenas Irving Wallace
Los albañiles Vicente leñero
Siete años en el Tíbet Heinrich Harrer
Pedro Páramo Juan Rulfo
La naranja mecánica Anthony Burgess
El proyecto paloma Irving Wallace
El fin del mundo Haruki Murakami
Cuentos de Terror Doyle
Al filo del agua Agustín Yañez
La saga de Cthulhu Lovecraft
El ciclo de Dunwich Lovecraft
Führer Allan Prior
Cuentos Completos 1 Cortazar
Cuentos Completos 2 Cortazar
Cuentos Completos 3 Cortazar
Trópico de cáncer Henry Miller
Carrie Stephen King
Rabia Stephen King
Apocalipsis Stephen King
La zona muerta Stephen King
El umbral de la noche Stephen King
Las cuatro estaciones II Stephen King
Christine Stephen King
El ciclo del hombre lobo Stephen King
Historias fantásticas Stephen King
Eso Stephen King
Misery Stephen King
Las cuatro después de media noche Stephen King
La mitad oscura Stephen King
La tienda Stephen King
El juego de Gerald Stephen King
Dolores Clairbone Stephen King
Pesadillas y alucinaciones 1 Stephen King
Pesadillas y alucinaciones 2 Stephen King
Insomnia Stephen King
La milla verde Stephen King
Desesperación Stephen King
La chica que amaba a Tom Gordon Stephen King
La tormenta del siglo Stephen King
Cazador de sueños Stephen King
Casa Negra Stephen King
Buick 8 Stephen King
La Torre Oscura V Stephen King
La Torre Oscura VII Stephen King
Blaze Stephen King
Hija de la fortuna Isabel Allende
La ciudad y los perros Mario Vargas Llosa
El mundo según Garp John Irving
Calidoscopio Danielle Steel
La vida es bella Roberto Benigni
El último mohicano Fenimore Cooper
Canción de cuna Barbara Wood
Butterfly Barbara Wood
Rescate en el tiempo Michael Crichton
Confabulario Arreola
Deuda de honor Tom Clancy
Chantaje en Belgrave Square Anne Perry
Santa María del Circo David Toscana
Dune Frank Herbert
El mesías de Dune Frank Herbert
Lanzarote Rosalind Miles
Ojos de fuego Stephen King
El Talismán Stephen King
Los infortunios de la virtud Marqués de Sade
El señor de los anillos 1 J.R.R. Tolkien
El señor de los anillos 2 J.R.R. Tolkien
El señor de los anillos 3 J.R.R. Tolkien
La hora de las brujas Anne Rice
El exorcista William Peter Blatty
Luna de invierno Dean Koontz
Lestat el vampiro Anne Rice
Entrevista con el vampiro Anne Rice
La reina de los condenados Anne Rice
La momia Anne Rice
Merrick Anne Rice
Luces del Norte P. Pullman
La daga P. Pullman
El documento R Irving Wallace
El evangelio según Jesucristo José Saramago
El tercer gemelo  Ken Follet
Cujo Stephen King

La brevedad
Abecé de Redacción
De Escritura
El Chingonario
Augusto Monterroso
Eric Araya
Bernardo Ruiz

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Gripe

Estaba tan engripado que, después de veinte estornudos, comenzó a expulsar sangre de la nariz. Después de cincuenta estornudos, expulsó el primer trozo de cerebro. No sabía que hacer. No sabía si tratar de ponerlo de nuevo en su lugar o si salir corriendo con un médico. Su madre entró a donde él, le dio vergüenza que lo descubrieran con esa masa sanguinolenta en sus manos. Embarró el trozo de cerebro bajo la mesa.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El Salto Más Ambicioso

Estaba a punto de dar su salto más ambicioso, el salto con el que había soñado toda su vida.Tomó impulso; sus pies se despegaron de la Tierra. Se elevó hasta pasar las nubes. Se elevó hasta salir de la atmósfera. Venció la gravedad. Ya estaba muerto cuando el calor del Sol calcinó su cuerpo.

Aprovisionado

"Salió de la carnicería con presura, ocultándose en las sombras. Tenía la comisura de los labios llena de sangre aún. Llevaba una bolsa con carne cruda: 'Para más tarde' se dijo.
Dentro de la carnicería, una mosca se posó en los restos del carnicero"

jueves, 24 de noviembre de 2011

Dentro de la niebla


Mi nombre es Makrusk, líder de mi clan. Nuestro mundo ha cambiado. No sabemos cómo pasó. No sabemos por qué pasó. Solo sabemos que pasó. Lo supimos desde que ese extraño olor nos invadió. Desde que esa tibieza perturbó nuestra fría ciénaga. La tierra tembló bajo nuestras seis grandes patas. Primero un sonido resopló en el aire. Un sonido como el que producen las burbujas de brea al reventar. El ruido parecía provenir de ningún lado pero al mismo tiempo venía de todos lados. La quietud invadió la ciénaga. Todos, desde nosotros los grandes Nangras hasta los pequeños y estúpidos Hurogak, supimos que algo había cambiado.
Estaba con 3 jóvenes Nangras enseñándoles a identificar las raíces medicinales. Tras el ruido, la niebla que cubría nuestra ciénaga se disipó. No, no se disipó. Simplemente desapareció. Parecía como si el viento se la llevará, pero no fue así, toda se juntó en el centro de la ciénaga y se fue. Después llegó esa odiosa tibieza. La odiamos. La odiamos casi tanto como a ese olor extraño. Es un olor que nunca habíamos olfateado. Es un olor desagradable. No como el de un cuerpo descompuesto. Tampoco como el de los excrementos. Es otra clase de olor.
Los jóvenes se asustaron. Yo también estaba asustado. No podía estar asustado. Soy el líder, o al menos lo era, no debo mostrar temor. Los tranquilizó. La tierra tiembla. La quietud se acaba. Los Gruats huyen volando de sus guaridas, graznando insultos. Huyen llenas de terror. Otros seres huyen de la ciénaga. Los siento correr cerca de mis patas. Instintivamente lanzó mis tentáculos hacia ellos y los atrapo. Siento correr su sangre. Me los llevó a la boca, pero no tengo hambre. Arrojo los cuerpos. Hago lo mismo con otros seres que pasan cerca de mí. Los jóvenes me observan extrañados. Me doy cuenta de lo que estoy haciendo. Me detengo. Con una seña les hago saber que es momento de irnos.
Bajo las estrellas reúno a mi clan. Quieren respuestas. No las tengo. Les pido esperar. El clan se divide en dos. Los que quieren irse, liderados por mi rival: Granlas, mi hermano. Yo lidero a los que quieren quedarse. Aquí están nuestros alimentos. Aquí tenemos de beber. Aquí murieron nuestros antepasados. Granlas me da tres noches. Si el clan está en riesgo se irán.
Ordeno cazar. Los otros seres están muy asustados. Huyen sin estar alertas. Su caza es fácil. Nuestra mejor caza en mucho tiempo. La niebla no ha regresado. No tenemos su protección; aunque no la necesitamos, somos los seres más grandes. Aún así nos sentimos desvalidos.
El extraño olor es más fuerte. Se intensifica en el abrevadero, cerca de donde desapareció la niebla. También se escuchan ruidos que nunca habíamos oído. Aullidos, si se le pueden llamar así. Otras veces son otra especie de ruidos, provienen de otros seres, más pequeños al parecer, se hablan entre ellos, creo.
Pocos seres quedan en la ciénaga. Afortunadamente cazamos lo suficiente para pasar sin problemas las tres noches.
La segunda noche Jiglash, una de mis hembras, regresó asustada del abrevadero. Había algo que antes no estaba. Fui a vigilar, me hice acompañar por dos de mis guerreros. Efectivamente, había algo nuevo. Algo que no sé explicar. Era la niebla. Era como si se hubiera metido a una cueva, pero ahí no había cueva. Estaba sobre el aire. Lográbamos ver a los seres que antes vivían en la ciénaga. Los veíamos persiguiendo a otros seres muy diferentes a los que habíamos visto. Había otros seres que parecían sin vida pero aún estaban de pie. Tenían unas patas extrañas. De pronto uno de los otros seres se metió dentro de los seres muertos. Aunque después supe que no estaba muerto; comenzó a rugir y se fue corriendo, con el otro ser dentro. Quizás se lo iba comiendo por dentro. Sé de seres que hacen lo mismo aquí en la ciénaga. Hay veces que cazamos a un ser que tiene otro ser dentro. Los Nangras no tenemos ese problema. No pueden atravesar nuestra coraza.
Estábamos impactados con lo que veíamos. Uno de los seres corrió dentro de la niebla hacia nosotros, huía de uno de esos Flogs. Era en vano su huida, cuando un Flog ha puesto los ojos sobre ti, eres un ser muerto, claro que los Nangras no tenemos ese problema. El nuevo ser venía hacia nosotros. Corría en dos patas. Su piel era extraña, de color verde. No entendí porque no desplegaba sus alas, claramente se veía el bulto en su lomo donde las tenía replegadas. Una de sus garras terminaba en algo extraño, nada parecido a lo que he visto en mi larga vida. Aúllaba de miedo. Podíamos oler su miedo. El Flog ya estaba muy cerca de atraparlo. Recuerdo ver girar al extraño ser, recuerdo ver que lanzó algo de su extraña garra produciendo un ruido. El Flog cayó destrozado. El extraño ser volvió a girar y siguió corriendo. Venía hacía nosotros. Lo atrapé con uno de mis tentáculos y lo comí.
Su piel me supo extraña, pero era muy débil. Mis dientes no encontraron resistencia al ser enterrados; su sangre llenó mi boca. El sabor era extraordinario, un sabor que nunca había probado. Supe que no había ningún peligro en comer esa carne. Mis compañeros me observaban asombrados por mi atrevimiento. Por la noche todo el clan lo supo.
Granlas aprovechó lo sucedido para exaltar el ánimo de sus seguidores. Muchos de mis seguidores se le unieron. Solo esperarían esa noche. Al día siguiente, al caer el sol, se marcharían; no esperarían a nadie. Trato de hacerlos recapacitar, no convenzo a nadie. Perdí toda autoridad ante ellos desde que hice pacto con el clan de Jurgus el desertor.
Poco antes del amanecer el caos llegó a nuestra tierra. Los graznidos de los Gruats comenzaron a oírse desde el abrevadero. Eran los graznidos que emitían cuando le daban caza a un ser, pero en su tono logré identificar sorpresa. Los aullidos de terror y dolor de otros seres se unieron al ruido de los Gruats. Después se escucharon una especie de pequeños truenos. Ahora los que graznaban de dolor y miedo eran los Gruats. A lo lejos vimos la parvada de Gruats que se alejaba del lugar.
Sentí curiosidad. Necesitaba saber que estaba pasando. Solo tres Nangras se atreven a acompañarme, entre ellos mi hermano. Con cautela nos dirigimos al abrevadero. Vimos los cadáveres de muchos Gruats esparcidos por el suelo. Buscamos a los seres que les dieron muerte. Lo que vimos nos sorprendió. Una parte de la ciénaga había desaparecido. Las hierbas de las que en ocasiones nos alimentábamos, algunas charcas, las madrigueras de los seres que se convertían en nuestro principal alimento, todo había desaparecido. El fango había sido reemplazado por un suelo duro y gris, a los lados había árboles de hojas verdes, algunos producían un olor muy extraño. Ahí estaban también los seres que habían matado a los Gruats, también había otros seres más grandes con las patas extrañas y sin moverse, tenían un olor similar al que tiene la montaña hirviente, no olían a algo vivo. Los más pequeños eran iguales al que me había comido. Podía olerlos. Recordé el sabor en mi boca. Quise acercarme; pise a un Gruat moribundo que lanzó un graznido. Los seres miraron hacía nosotros. Su primera reacción fue de sorpresa igual que la de nosotros al verlo. Alzaron sus extrañas garras y comenzaron a emitir ese ruido atronador. Sentimos que algo se impactaba contra nuestra dura piel. No podrían hacernos daño. El Nangra que estaba a mi lado, ya no recuerdo quien era, aulló de dolor, había perdido un ojo, y tenía una herida en el cuello que no está protegida por nuestra coraza. Furioso arremetió contra esos seres, los cercenaba sin problemas con sus tentáculos, los destrozaba con sus dientes, los aplastaba con sus grandes patas. Mi hermano y nuestro otro acompañante también se le unieron. Comenzaron una matanza impresionante. Los seres trataban de protegerse con sus garras. Era inútil ante la fuerza de un Nangra enfurecido.
Uno de los seres de patas extrañas comenzó a moverse; uno de los seres pequeños iba en su lomo. Con sus dos garras sostenía lo que aparentemente era la cola del otro ser. Un trueno espantoso se dejo oír. Nangras comenzaron a gritar, había fuego cubriéndolos, el polvo se había levantado. Pude oler la muerte. Cuando el polvo se fue, pude ver a los tres tirados en el suelo. Granlas se levantó con esfuerzo. Tenía una de las patas traseras partida por la mitad. Enfurecido arremetí contra este ser, lo aplaste sin problema con una pata, lancé mis tentáculos por ellos, y los maté sin piedad. Los devoré a todos.
Mi hermano cojeando se alejaba del lugar. Lo llamé; me ignoró. Yo ya no podía regresar. Por mi culpa habían muerto dos miembros del clan. El destierro era mi destino. La nueva tierra que estaba frente a mí me llamaba. Quería más de esa carne blanda. Además ahí, a lo lejos, estaba la niebla, nuestra niebla. Caminé hasta ella. Giré mi mirada hacía mi hermano, ya iba muy lejos. Lancé un rugido y me adentré en la niebla.