jueves, 15 de diciembre de 2011

Conversando con Lux Ferre


            –Buenas noches– me dijo el hombre de la toga de un blanco nejo.
–Buenas noches– contesté extrañado. Un leve temor me invadió. ¿Qué estaba haciendo un hombre vestido de esta manera en la puerta de mi casa?– ¿Qué se le ofrece?.
–Lo mismo te pregunto a ti; tú me invocaste – contestó seguro, con una mueca semejante a una sonrisa.
–¿De qué habla? ¿Quién es usted? – pregunté en tono de fastidio, tratando de ocultar mi nerviosismo.
–Has hablado tanto de mí, que pensé que me reconocerías al instante.
“Sin duda esta persona está loca”, pensé. Trate de regresar al interior de mi casa.
–Si entras a la casa, perderás la oportunidad de obtener las respuestas que siempre has deseado conocer.
Me quedé quieto en el umbral de la puerta, sopesé los pros y los contras de dejar entrar a mi casa a un completo desconocido a mi casa. La parte razonable de mi cerebro me gritaba que entrara a la casa, me encerrara y hablara a la policía. Otra parte de mi cerebro, la más curiosa e imprudente, me susurraba que escuchara a aquel hombre. La locura ganó. “La curiosidad mató al gato; y la satisfacción lo resucitó”, pensé. Hice un gesto con mi mano invitándolo a pasar.
–Sabía que me permitirías pasar, siempre has sido muy curioso. “La curiosidad mató al gato; y la satisfacción lo resucitó”, si mal no recuerdo, escribió King en Pet Sematary. Si tampoco mal recuerdo, King es de tus escritores favoritos.
Sus palabras me dejaron sorprendido. ¿Cómo supo lo que estaba pensando? ¿Cómo supo que Stephen King es de mis escritores favoritos? ¿Quién era esa persona? ¿Era una persona? Cada vez estaba más intrigado.
Se sentó en el sofá que estaba junto a la ventana, y con un gesto de la mano me indicó que hiciera lo mismo. Me senté en el sofá que estaba justo enfrente de él, separado por metro y medio. Su toga estaba sucia y roída en varias partes. La suciedad de la toga se incrementaba conforme se acercaba a los pies, por lo dañando de la parte inferior deduje que arrastraba la toga por el suelo. Sus pies iban calzados con unas sandalias también bastante sucias y viejas.
–Qué no te engañe mi vestimenta, no soy un simple pordiosero, indigente, loco o lo que sea que estés pensando– dijo con la misma mueca. Y por alguna extraña razón, esa sonrisa me transmitía tranquilidad, era similar a la sonrisa de mi abuelo cuando me enseñó a jugar dómino, la sonrisa que ponía cuando le preguntaba por qué las piezas del ajedrez se movían de una forma y no de otra. En fin, era la sonrisa de mi abuelo explicándome con el gusto de enseñarme y con la gracia que le producía mi ignorancia, mi inocencia. Me sonroje y me sentí mal por mis incipientes prejuicios hacia él–. Pero tampoco te martirices– terminó.
–Discúlpeme, pero… –me detuvo con un ademán.
–¿Ya sabes quién soy?– la misma sonrisa en su rostro.
–Supongo que Dios o el Diablo– contesté.
–Ni lo uno ni lo otro; soy más antiguo que Dios (o al menos al Dios que te refieres) y no soy malo como el Diablo. Mi nombre es Lux Ferre.
–¡¿El Dios romano del conocimiento?¡– pregunté con asombro. Él asintió con un movimiento de cabeza–. Pero, los dioses griegos y romanos no son más que mitos, invenciones del hombre para poder explicar lo que no podía explicar.
–No somos un mito, la prueba es que estoy frente a ti.
–Y si no son un mito ¿Por qué hasta ahora uno de ustedes hace su aparición?
–La respuesta es bastante tonta en realidad. Estuvimos estos miles de años en una de las fiestas hechas en honor a Júpiter. Baco fue el encargado de llevar a cabo la fiesta. Nos proveyó de innumerables barricas de vino, y la comida tampoco faltó. Las festividades se extendieron por milenios, el mundo de los humanos dejo de importarnos.
Yo atónito, y un tanto incrédulo, ante lo que oía sólo se me ocurrió preguntar:
–¿Qué fue lo que los sacó de su bacanal?
–La festividad terminó por una desavenencia entre Júpiter y Juno. Júpiter, como sabes, ha tenido a lo largo de su existencia incontables amantes, dando como resultado incontables hijos; uno de ellos: Heracles, odiado por Juno, estaba jactándose de su fuerza, lo que irritó a Juno. Juventas, hija de Juno, cayó seducida por Heracles, lo cual no fue bien visto por Juno. Esto fue lo que puso fin a la fiesta. Juno ordenó a sus seguidores matar a Heracles, pero Júpiter evitó esto. Los gritos de rabia de Juno eran insoportables y el resto de los dioses, semidioses y héroes decidimos dejar el Monte Olimpo y volver a nuestros templos donde nuestros súbditos estarían esperando.  Nos llevamos una desagradable sorpresa: habíamos sido olvidados. Había pasado tanto tiempo, que nuestros templos habían desaparecido. Habíamos sido remplazados por nuevos dioses. Muchos de ellos inexistentes.
<<Quise saber la suerte que corrí en la memoria de los hombres. Lo descubrí me indignó. Se me había tergiversado en un ser maligno. En el causante de los males del hombre. Incluso mi nombre corrió la misma suerte, ahora soy Lucifer. Y todo por un error de traducción>>.
<<Indignado recorrí el mundo en busca de súbditos, y cuál sería mi sorpresa al descubrir que el mundo está lleno de hombres, y también mujeres, que sin saberlo me siguen, me honran. Hombres y mujeres en busca de conocimiento, hombres y mujeres ávidos de resolver y comprender los misterios del mundo. Mi corazón se hinchó de alegría. Sólo la indignidad de ser confundido con un ser tramposo y malicioso me agobiaba>>.
<<Regresé al Monte Olimpo a buscar ayuda y consejo de Júpiter. El resto de los dioses estaban ya ahí. Todos estaban indignados por el olvido de los hombres. Después de mucho discutir, Júpiter decidió que tomáramos de nuevo las riendas del mundo en nuestras manos, derrocaríamos a todo dios que haya usurpado nuestro lugar. Fulminaríamos a todo aquél que no nos obedeciera y nos exaltara. Debíamos buscar nuevos súbditos, nuevos oráculos, para estos nuevos tiempos>>.
<<He estado recorriendo el mundo en busca de súbditos; convertido en vapor de agua he recorrido los lugares donde se enseña ciencia, en todos los lugares donde se comparten conocimientos. Uno de esos días pase cerca de un grupo donde se debatían ideas, me interese en varios, entre ellos tú. Vengo a ofrecerte ser mi súbdito y ser parte del nuevo mundo que crearemos. Sólo tienes una oportunidad para decidir –se puso de pie y me extendió la mano para que la tomará–>>.
Tomé su mano, me acuclillé:
–Llena mi mente de conocimiento e iluminación –acepté.

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